lunes, 12 de julio de 2010

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El Renacimiento

El Renacimiento fue un movimiento espiritual de liberación, como si el hombre hubiese superado una etapa difícil, violenta, oscura en muchos aspectos y, de repente, volviera a descubrir el Sol, la luz, los colores, la Naturaleza y, de rechazo, a sí mismo. Fue un movimiento por el cual las artes, la cultura, las ciencias, las letras, la propia vida de los pueblos, sufrió una sacudida en busca de la Belleza y de la Verdad. Las causas que lo motivaron fueron múltiples, y diversos los factores que determinaron su aparición. Algunos de tipo netamente material, y otros de índole religiosa o filosófica. La riqueza fue la primera de las causas que permitieron una espléndida floración de artistas y de pensadores.

Las ciudades, libres de la miseria y de la opresión feudal propias de la Edad Media, encontraron en el comercio una corriente vital que las renovó y encumbró. Las primeras que experimentaron los beneficios del movimiento renacentista fueron las grandes ciudades italianas, nacidas y enriquecidas por las corrientes mercantiles: Florencia, Venecia, Milán y Roma. El dinero corría en abundancia en éstas y otras villas que pronto se convirtieron en lujosísimas urbes, donde se levantaron hermosos palacios, en los que las damas lucían sus encantos y los artistas encontraron los más generosos mecenas de la Historia. Los mercaderes eran poderosos señores y en muchas ocasiones los nobles no desdeñaban el patrocinio de costosas empresas comerciales que rendían grandes beneficios.

A fines del siglo XV era posible realizar grandes negocios en la cuenca del Mediterráneo, a pesar de los turcos. Pero el factor más importante que permitió la difusión de la cultura y el pensamiento fue la invención de la imprenta y el perfeccionamiento de la fabricación de papel. Hasta Juan Gutenberg (1397-1468), que era un ciudadano de Maguncia, se imprimían grabados y estampas utilizando la técnica de las incisiones en madera. Pero este sistema sólo se utilizaba para dibujos y algunas inscripciones forzosamente breves. Gutenberg ideó los tipos sueltos, es decir, que cada letra correspondía a un tipo. Desterró la xilografía y se dedicó a buscar un metal que fuese más blando que el hierro y menos que el plomo.

Tres burgueses de Maguncia le apoyaron y llegaron a arruinarse por secundarle en su invento. Cuando éstos cesaron de ayudarle, Gutenberg se sintió descorazonado, pero logró asociarse a un orfebre llamado Faust y a un clérigo, Schoeffer, que consiguió la mezcla de antimonio, plomo y estaño que permitió fundir los primeros tipos de imprenta. Faust estafó a Gutenberg, y a la muerte de éste Schoeffer explotó la nueva industria. El primer libro impreso en Maguncia en 1450 fue la Biblia de las 42 líneas. Durante el período denominado "incunable", que termina en 1500, la imprenta se extendió por casi toda Europa. Manuzio en Venecia, el año 1489, y Plantin en Amberes, perfeccionaron enormemente el nuevo invento. El papel y la imprenta consiguieron una mayor difusión de la cultura, y como este hecho coincidió con el movimiento reformista, una corriente renovadora recorrió Europa. La autoridad del Papa y la disciplina eclesiástica se habían relajado de forma notable.

En muchas ocasiones, Roma no era obedecida ciegamente como lo fuera durante toda la Edad Media, a pesar de los Hohenstaufen. Y en muchos casos tuvo que doblegarse incluso ante los nuevos soberanos absolutistas. No se olvide el saqueo de la Ciudad Eterna por las tropas mercenarias de Carlos I. También influyó en esta renovación la afluencia de sabios bizantinos huidos de Constantinopla cuando ésta fue tomada por los turcos. La ciencia árabe, más profunda y libre que la cristiana del medievo, se difundió por Italia gracias a ellos y preparó la aparición de hombres extraordinariamente revolucionarios en el sentido científico, como había de serlo Galileo Galilei, por ejemplo. A esta serie de razones basta añadir los descubrimientos geográficos, la certeza de la esfericidad de la Tierra y el pasmo que produjo el hallazgo de nuevos mundos, de rutas insospechadas y, por tanto, de razas nuevas o por lo menos de pueblos con otras costumbres y otras civilizaciones.

Los trabajadores italianos, los campesinos y todo aquel que en Italia removía un palmo de tierra estaba casi seguro de que su azada tropezaría, tarde o temprano, con un pedazo de mármol labrado y, en caso de buena suerte, con un capitel o una estatua que sería pagada a peso de oro y admirada por algún señor o comerciante, cuando no por un clérigo, o quién sabe si por el mismo Papa, tan amante del arte romano antiguo como todos los italianos, que de repente habían sentido despertar una pasión por todo lo que recordara la Roma de los Césares. Lo clásico se puso de moda. Se volvió a aprender el griego y se perfeccionó el latín que el italiano había relegado a un segundo plano. Estuvo de moda ser culto y por esta razón los artistas de todas clases, desde el poeta lírico hasta el simple orfebre, fueron agasajados y honrados. Así como la Edad Media fue una constante visión de Dios y una interpretación de la vida como renuncia y preparación para la muerte, el Renacimiento fue un amor extremado a la vida terrena, a la belleza y a la Naturaleza. Pero no se crea que esta concepción fuese puramente materialista y excluyera la creencia en Dios. La Fe, la Religión, incluso la vocación sacerdotal, durante el Renacimiento, no fueron incompatibles con los goces del mundo. Así como durante la Edad Media el arte se inspiró siempre en motivos religiosos, casi siempre en la literatura, ahora el arte encontró modelos vivos y reales en los grandes hombres y en el paisaje como aditamento a escenas humanas. El artista, enamorado del hombre, descubrió o redescubrió la belleza del desnudo que había sido severamente prohibido durante los siglos anteriores.

El Juicio Final o la Creación de Miguel Angel, hubiesen causado una terrible impresión durante el siglo XIII, pero cuando estas maravillosas pinturas fueron contempladas por un Papa renacentista no sólo fueron toleradas a pesar de sus desnudos, sino alabadas y admiradas. Numerosas anécdotas recuerdan la reverencia con que eran tratados los artistas. Carlos I de España, dueño de media Europa, se agachó para recoger un pincel que se le había caído al Ticiano mientras pintaba en su presencia. Miguel Angel tenía siempre mesa y cama puestas en el palacio de los Médicis. La admiración por el genio era total y plena. Así, era frecuente que los artesanos suspendieran todas sus actividades y cesara el trabajo en la ciudad cuando se inauguraba una estatua o el poeta favorito anunciaba que iba a recitar una poesía inédita. Pico de la Mirándola, caballero perfecto, que murió en plena juventud, se enorgullecía de poder echar una moneda al aire en el interior de la catedral y conseguir que fuera a chocar contra su altísima bóveda. El Renacimiento fue un constante torneo de fuerzas, belleza, ingenio, audacia y valor. Las potencias humanas, físicas y espirituales, fueron tensadas al máximo y vibraron con una amplitud desconocida hasta el momento. Las luminarias del Renacimiento alumbraron los siglos XV y XVI, y los posteriores vivieron de su impulso hasta la Revolución Francesa. Incluso ésta y todo el movimiento liberal son hijos del Renacimiento.

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